El gato doméstico, de nombre científico Felis catus y que pertenece a la familia Felidae, es un mamífero carnívoro descendiente del gato silvestre africano (Felis silvestris lybica).
Algunos fósiles encontrados, que datan más o menos del año 2.000 a.C, permitían suponer que la domesticación de los gatos se inició en el Antiguo Egipto. Sin embargo, hallazgos más recientes han podido demostrar que esta se produjo mucho antes, ya que en Chipre se encontraron los restos de un gato que habría sido enterrado junto a su dueño entre los años 7.500 y 7.000 a.C
Otro estudio dado a conocer en el 2017 y del que participó la universidad belga de Leuven, a través de la recolección y análisis de vestigios fósiles de gatos en Europa, Oriente y África, dejó en evidencia que los fósiles más antiguos de este animal tienen entre 10.000 y 9.000 años, y pertenecen a especies de Oriente Próximo
Una de las principales hipótesis sobre la posible domesticación de este tipo de felino señala que los gatos salvajes africanos se habrían empezado a acercar por su propia voluntad a las granjas que cosechaban maíz con el fin de cazar algunos ratones que proliferaban en ellas. Los agricultores al percatarse de que los gatos les ayudaban a mantener controladas las plagas de roedores, buscaron estrategias para ganarse su confianza.
Entre la adoración y el desprecio
Para la mitología egipcia el gato asumió un papel fundamental, ya que era el animal sagrado de la diosa Bastet. Matar un gato, así fuera por accidente, se convertía en un delito muy grave que se pagaba con pena de muerte. Tampoco se permitía su exportación. Incluso, cuando un gato familiar moría, gran parte de las veces era momificado.
En Europa, especialmente en Francia, Alemania e Inglaterra, el odio hacia estos animales era tal que los quemaban vivos. Sin embargo, ante la casi desaparición de estos felinos los roedores se empezaron a multiplicar y Napoleón no tuvo más remedio que aceptar su cría para acabar con las plagas.
Ya en la época de Pasteur el gato volvió a ser querido y admirado por su limpieza. Se trataba del único animal de la época que no transmitía microbios y que se la pasaba limpiándose con su lengua.
Personalidad felina
Hay quienes dicen, de forma jocosa, que los seres humanos no tenemos gatos, sino que son los gatos los que nos tienen a nosotros. En otras palabras, que las personas no domestican al gato, sino que es el gato el que domestica a las personas.
Su particular carácter los hace una especie muy independiente: no les gusta recibir órdenes, son territoriales, adoran la limpieza -por eso mantienen impecable su entorno- y se acicalan con su lengua. Les gusta que les pongan atención, y expresan el cariño a su manera y en el momento que ellos quieren, no en el que les impongan. Además, les fascina dormir durante varias horas al día y, por naturaleza, son cazadores nocturnos.
Aunque las comparaciones son odiosas, a diferencia del perro, los gatos no demandan la presencia constante de sus amos y pueden quedarse solos por varias horas, o incluso uno o dos días, sin problema.
Como la mayoría de felinos, los gatos son muy ágiles, flexibles y adoran escalar. Pesan normalmente entre 2,5 kilos y 7 kilos, aunque hay algunos que pueden llegar a pesar hasta 12 kilogramos sin que presenten sobrepeso.
Ronroneo, el idioma gatuno
A los gatos les gusta comunicarse. Tienen un vocabulario de 16 sonidos diferentes: pueden aullar, gruñir y maullar. Sin embargo, el sonido que a todos los dueños de los gatos les encanta es el ronroneo. Pero, ¿por qué lo hacen? Según Daniel Quagliozzi, experto en gatos, “la mayoría de las veces los gatos ronronean porque están contentos”.
Pero no todos los gatos tienen la habilidad de ronronear. En principio el mundo de los felinos se dividió entre los rugidores y los ronroneadores. Los grandes felinos como leones, panteras y tigres son capaces de rugir, pero no pueden ronronear. Por su parte, los felinos más pequeños, como los guepardos, pumas y el gato doméstico, pueden ronronear, pero no rugir.
Sin embargo, el ronroneo no siempre es una señal de felicidad: “Un gato nervioso, un gato temeroso o alguno que tiene cualquier tipo de dolor va a ronronear porque eleva la vibración de su cuerpo y eso puede ser muy curativo para ellos”, complementa Quagliozzi.
Los gatos ronronean a una frecuencia entre 25 y 150 hercios. Estudios han demostrado que las vibraciones a estas velocidades pueden reparar la densidad ósea y reducir la inflamación, lo que significa que el sonido de lo que parece un motor en marcha es muy bueno para ellos.
Cada gato tiene su propio ronroneo. En algunos casos las cuerdas vocales vibran más rápido, lo que genera un ronroneo más agudo, mientras en otros la vibración es más lenta y genera un ronroneo más grave. Esto significa que cada gato tiene una ‘voz’ única. “La clave para conseguir un buen ronroneo es darle al gato lo que quiere, ser un buen sirviente”, concluye en tono jocoso Quagliozzi
Agua no, por favor
Los pelajes felinos contienen hasta 120.000 pelos por centímetro cuadrado y se compone de tres capas: una interior ondulada que aísla el aire que se encuentra cerca de la piel, otra intermedia que regula la temperatura corporal, y una capa externa, de pelo más grueso, que protege la piel del sol y de los rasguños.
Entre más delgado y corto tengan el pelaje los felinos, estos tienden a amar más el agua. Sin embargo, los que tienen el pelo grueso y largo, y fuera de eso proceden de lugares fríos, la evitan.
Aunque como vimos anteriormente los ‘michis’ son muy limpios y se acicalan constantemente, se cree que la aversión de los gatos domésticos al agua se debe a su evolución. La mayoría de estas especies procedían originalmente de regiones secas y desérticas, en las que el agua nunca fue importante en sus vidas
Información extraída de Discovery